viernes, 18 de septiembre de 2009

EL PERIODISMO MÁGICO DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

He desempolvado esta conferencia, que puede ser interesante de leer para algunos de ustedes.
(En el libro/manual 'El periodismo constructor' de próxima publicación)


Conferencia en la sala del Museo Municipal de Málaga
Miércoles, 16 de mayo de 2007


No es infrecuente que algún periodista de medios impresos sea o aspire a ser escritor de ficción, tal vez constreñido por tanto relato diario de la realidad, desea contar en la ficción lo que en el periódico no tiene espacio. Que sea de éxito y llegue al Nobel ya es una excepción. Es el caso de quien hoy nos convoca aquí, Gabriel García Márquez, quien primero quiso ser escritor que periodista, pero que a través del ejercicio del periodismo obtuvo el oficio de escritor. El periodismo literario o los escritores metidos en faena periodística era algo natural desde el siglo XIX, cuando el periodismo sólo era escrito. Y hasta el boom de la televisión tras mediados del siglo pasado, se dio esa especie de periodista que era, ante todo, un celoso escritor. Hoy, eso ha quedado resguardado al abrigo de los columnista literatos, tales como, por poner dos ejemplo, nuestro Manuel Alcántara y Francisco Umbral. El periodista de a pie, el que hace la calle, no se plantea ser escritor sino hacer bien su trabajo cotidiano y si puede, ganar algo más de 1.000 euros al mes.
Gabriel García Márquez es uno de los últimos de la antigua estirpe de escritores metidos a periodistas o de periodistas escritores, a los que interesaba en igual medida la noticia y la literatura; eso en primer lugar, porque era en los diarios, donde se publicaban sus cuentos y, una vez colocados en las redacciones, porque se les metía en el cuerpo la realidad que siempre, sobre todo en América Latina, ha superado a la ficción y allí estaba la materia prima más rica para sus posteriores relatos. Eso lo sabe y nos lo ha explicado en sus obras de ficción, GGM.
He hablado personalmente con Gabo en dos ocasiones. En Bogotá a mediados de los setenta, en la redacción de la revista Alternativa, que él dirigía, y a propósito de estar yo difundiendo por América del sur un congreso de jóvenes escritores y periodistas a celebrarse en Caracas, al cual le invitamos, aunque no pudo asistir. Y, en 1983 en La Habana, cuando yo cubría un Festival internacional de teatro. Fue en una recepción a la prensa extranjera dada por Fidel Castro en el Palacio de gobierno y allí estaba Gabo. Él, desde luego no se acordará de esto, pero en ambas ocasiones, siempre me pareció estar hablando con un colega periodista más que con un escritor consagrado y famoso. La tercera vez, no fue directamente, sino a través de la crónica que me tocó en suerte escribir en El Diario de Caracas, sobre la ceremonia de entrega del premio Nobel de literatura en 1982, y que titulé: ‘En Estocolmo se rompió el protocolo y en Aracataca lloraron de alegría’ en alusión a que Gabo no vistió el preceptivo esmoquin, sino el caribeño liquiliqui en dicha ceremonia y a su ciudad natal, donde la fiesta no quería ser menos que en Estocolmo.
Lo que uno conoce al leer las memorias y artículos de GGM es que a escribir bien se aprende leyendo y escribiendo mucho. Como él mismo dice que aprendió de su amigo Manuel Zapata Olivella, quien le convención de entrar en el diario El Universal de Cartagena de Indias, y un día le dijo que ‘periodismo y literatura terminan a la corta por ser lo mismo’. Aprendió también que en un periódico, como en los cuarteles, las órdenes se cumplen. Es decir, la férrea disciplina que significa escribir contra el tiempo, que es una de las claves principales de este oficio, porque en un periódico no hay tiempo para reescribir. García Márquez aprendió en esos años a lidiar con la censura previa y a acorralar al fantasma de la autocensura. Era la Colombia que había visto asesinar a Gaitán, las aguas iban más que turbias y él tenía 21 años.
¿Es un reportaje un relato novelado y una novela es un reportaje o acaso una crónica? Los ingredientes son comunes, nos dice Gabo. Nos ha contado en ‘Vivir para contarlo’ que Dumas fue, sobre todo, un gran reportero. Eran sus tiempos cuando los periódicos publicaban cuentos, relatos literarios, es decir ficción. Eso se echa de menos hoy: El diario como un vehículo literario. Pero GGM quería entrar en el rey de los géneros periodísticos: el reportaje. No lo tuvo fácil. Siempre ha dudado de la entrevista clásica de preguntas y respuestas, aunque reconoce que es un prejuicio injusto. La entrevista como base del reportaje es invalorable, porque ¿no es este un oficio que se basa en la investigación, más o menos profunda y en la entrevista a testigos o expertos en cualquier tema? Como quiera que sea estamos de acuerdo con Gabo cuando califica a este como el mejor oficio del mundo. Siempre ha creído que el reportaje es la cúspide de la información y mucho más: es un género literario, y afirma. ‘Novela y reportaje son hijos de una misma madre’.
Aún así Gabo fue siempre un escritor que se ejercitaba en las redacciones de periódicos. Su primer trabajo como redactor de planta fue en El Espectador de Bogotá. Cuando ya había pasado por El Universal de Cartagena y El Heraldo de Barranquilla.
Persiguiendo el sueño de ser reportero, escribió crítica de cine, que fue el inicio de las columnas de crítica fijas en los periódicos colombianos; contribuyó con su pluma en trabajos colectivos sin firma y se fue curtiendo en la dura cara de la crónica roja a la que se acercó escasamente, porque siempre le ha horrorizado la sangre y el dolor humano visto de cerca. Aunque podemos afirmar que es una de las mejores escuelas dentro de una redacción: sucesos y tinta suelen ser solubles.
En los casi dos años en El Espectador, cumplió el deseo de escribir reportajes, que tanto se parecen a sus cuentos, contabilizando unos ochenta. Cuyo primer hito fue el reportaje sobre la catástrofe ocurrida en Medellín el 12 de julio de 1954. Un verdadero éxito periodístico si se toma en cuenta que fue publicado dos semanas después de ocurrido el hecho y en tres capítulos que atraparon a los lectores de El Espectador, en un trabajo de calle, de investigación, sobre los hechos duros y puros. Otro, que Gabo recuerda en sus memorias es el titulado ‘El cartero llama mil veces’, en deuda con la literatura americana, y que indagaba en las cartas que no habían podido ser entregadas a sus destinatarios.
Gabo cree en la grabadora como ayuda para recordar, pero sabe, como todos los veteranos de este oficio que el cuerpo a cuerpo, que la mirada y los gestos del entrevistado revelan tanto o más que las palabras, datos, cifras y fechas, que es mejor grabarlas, como lo es el testimonio de un entrevistado que podría dar problemas al ver su entrevista publicada en letra de imprenta. Pero que el aparato es un instrumento a utilizar y no la columna principal de una entrevista. Se corre el riesgo de desconectar con el entrevistado, creyendo que el artilugio posee cualidades que sólo un periodista puede tener.
Tras su paso por El Universal de Cartagena; El Heraldo de Barranquilla; El Espectador de Bogotá; la revista Momento de Caracas; Prensa Latina, la agencia cubana de noticias en New York, Gabo cumplió su entrenamiento como reportero de calle, escritor de notas editoriales y se inoculó para siempre el periodismo en vena.
Hoy, es maestro de periodistas y conoce las reglas básicas, que siguen siendo las mismas aunque el mundo de la comunicación haya cambiado tanto y tan rápidamente. Él, que se formó en las redacciones y no en la universidad, como ocurre desde los años sesenta, desconfía de esa formación académica teórica y con pocas prácticas, por eso ha creado la ‘Fundación para un nuevo periodismo iberoamericano’, donde se repasa lo que las facultades no enseñan.
Otro gran periodista de esa época, amigo y compadre de Gabo, Plinio Apuleyo Mendoza, con quien coincidí en un viaje tenebroso por medio Chile en septiembre de 1973, ambos íbamos a cubrir el golpe militar contra Allende, me dijo un día en la redacción de la revista Momento, de Caracas, donde coincidimos más tarde, él como director y yo como reportero, que el reportaje era todos los datos presentes y pasados, y aún proyectados al futuro de un hecho; que había que meterlos en una licuadora y que de ahí salía el trabajo. Claro, sólo había que escribirlo y bien. Era esa misma revista, donde Gabo trabajó publicando reportajes inolvidables que estudiábamos en mis años en la Facultad de Periodismo. Fueron sus días caraqueños de ‘Cuando era feliz e indocumentado’, en alusión a como se les llamaba a los colombianos en general, que vivían por cientos de miles en Venezuela sin documentos de identidad. Recuerdo especialmente el que escribió a propósito de una semana sin agua en Caracas, porque narraba en tiempo de crónica las vicisitudes que sus habitantes sufrían, y siguen sufriendo hoy día, por los cortes en el suministro del vital liquido.
Lo más importante en el periodismo es investigar, Gabo no tiene dudas. Y no hay buen reportaje que no esté basado en un hecho investigado a fondo. ‘Si bien soy un escritor, siento y pienso como un reportero’. Lo tiene claro: ‘El reportaje, dice, parece haberse convertido en un género periodístico en extinción. Se llegó a esta situación a partir de una evolución en los medios de comunicación y a la equivocada idea de creer que una noticia que ya apareció en la radio o en la televisión a las 10 de la mañana puede ser vieja a la noche’. Por eso, cree que el reportaje puede ser la salvación de los periódicos. Efectivamente, el periódico tiene el espacio suficiente como para contar la historia en toda su perspectiva. Aunque la investigación, que hacemos poco en España, lleve su tiempo. ‘La buena noticia no es la que se da primero, sino la que se da mejor’. Esto lo suscribimos totalmente, aunque el periodismo no pueda salvarse de la primicia y esa competencia siempre estará presente. No obstante, Gabo nos dio un ejemplo escrito de lo que piensa sobre el ejercicio del buen periodismo con dos libros: ‘Noticias de un secuestro’, un inmenso reportaje de investigación y ‘Crónica de una muerte anunciada’, otro gran ejemplo del género periodístico. Ambos en la cúspide de la novela de no-ficción. Y todo sin perder de vista el máximo mandamiento del lector: NO ABURRIR. Hay que pensar siempre más como lectores, que como periodistas. En cuanto a las crónicas políticas y de las abundantes ruedas de prensa que a diario proporcionan los dirigentes de turno, Gabo recomienda ‘cubrir más lo que hacen y menos lo que dicen’, porque si no tenemos un periodismo declamatorio, discursivo, aburrido, del que el lector huye. Escribir corto es otra de sus recomendaciones. ‘Frases y no párrafos’, porque, dice, ‘el lector se va si se le acaba la respiración al leer’.
En el trasfondo de las recomendaciones de García Márquez está la pregunta que él mismo se ha hecho: el oficio parece no haber evolucionado a la misma velocidad que sus instrumentos tecnológicos. Los nuevos periodistas, licenciados, se preocupan más por manejar con diestras aptitudes los recovecos de la tecnología, que, desde luego, se hace imprescindible, pero dejan en el desván la buena gramática, la correcta sintaxis y esa capacidad final de escribir títulos llamativos, que inviten a leer. Gabo dice que ‘las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores’. En esta nueva forma de hacer periodismo tiene mucho que ver la figura del editor, que ahora se apoya tanto en la maquinaria tecnológica. Gabo, aclara una vez más: ‘el editor, que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología’.
Y una vez más nos da una revelación exacta del reportaje como cúspide periodística. ‘Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos’.
Con respecto a las fuentes, Gabo nos enseña también. Las fuentes, por su institucionalización se han convertido en catedrales informativas a cuya verdad nos vemos obligados a recurrir a diario. Pero, nos preguntamos, ¿hasta donde tales fuentes dicen siempre la verdad sin que priven sus propios intereses? García Márquez reflexiona acerca de las fuentes y dice: ‘Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones, falsas o ciertas, permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas, que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal’. Si bien es cierto que la interpretación es una conquista del llamado nuevo periodismo americano, que se extendió al mundo, a partir de los sesenta y que nos liberó de la pesada pirámide invertida, invención útil, pero que correspondía a las necesidades de otros tiempos y colocaba al periodista como un mero transmisor en la cadena informativa, igualmente es verdad que la línea que divide tal interpretación de la opinión es tan tenue y difuminada, que se traspasa con facilidad consciente o no. Nuestros periódicos están llenos de notas que opinan más que interpretan hechos. Igualmente, es plausible la opinión que agrega datos informativos, pues ayudan a la comprensión de los temas.
Y GGM, carga sobre la responsabilidad social de los periodistas y agrega sobre las fuentes: ‘Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma –sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente’. ‘La decencia de la segunda fuente…’ echamos de menos en muchas ocasiones ese contraste en nuestra prensa diaria. Bueno, magistral, ¡qué podemos agregar!
Otro terreno donde Gabo es implacable, pero no podemos estar en total acuerdo es en el de la formación académica de los periodistas, puntualicemos. Si bien es cierto que como dice GGM, ‘las facultades de Comunicación tienen el infortunio de enseñar muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo’. Y esto se debe en gran parte a la masificación que hace muy difícil llevar a cabo un programa de prácticas verdaderamente eficiente. En mi caso, yo estudié toda la carrera trabajando, al mismo tiempo en un periódico, un esfuerzo que después me agradecí, pero eso hoy no es factible o muy difícil de realizar, aunque no fue fácil para mí.
Gabo está de acuerdo y nosotros con él, que las universidades deben suplir la base humanística y cultural que los alumnos no adquieren en el bachillerato, y que es indispensable para el buen ejercicio de este oficio. No se puede escribir bien si no se ha leído ampliamente a los clásicos de todos los tiempos, y eso es un gran océano de deficiencias que encontramos en los alumnos de periodismo, no son ellos solamente los culpables, sino el sistema educativo en su conjunto, pero no podemos extendernos en ese debate. Gabo dice que la formación de un periodista debe estar sustentada en tres pilares y merece la pena mencionarlos: El primero, ‘la prioridad de las aptitudes y las vocaciones’; significa que para esto hay que servir y tener vocación firme., pero ¿cómo descubrir eso antes de entrar a la universidad? Segundo, ‘la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio, sino que todo el periodismo deber ser investigativo por definición’. Esto, en un panorama informativo excesivamente polarizado políticamente, deberíamos recordárselo a todos los colegas que ahora mismo ejercen el oficio en toda España. Tercero, ‘la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón’. Tal vez, el costo más difícil de este oficio en estos tiempos revueltos, sea no perder de vista la ética. GGM ha sido y es un periodista formado al calor de los hechos, en la práctica continua de la noticia en su versión amplia del reportaje y en la interpretación de la nota editorial. Nunca fue a una Facultad de Periodismo y le salió bien, pero claro era, es GGM, tenía la vocación y el talento. Ese camino es hoy intransitable a pesar de todas las deficiencias que tiene la formación académica, muy alejada del mundo real de las redacciones y la tecnología que la sustenta, pensamos que es mejor esa base universitaria que ninguna. Hay que puntualizar que muchos de los que en nuestros medios hoy ejercen de periodistas no lo son en absoluto. Y que también no todos los que tienen el título de licenciados en Periodismo lo son por ese hecho. Pero este es un debate para otro foro particular. Queremos subrayar para concluir que Gabo no llama nunca profesión, sino oficio a esta enloquecida manera de vivir para contarlo. Vaya un saludo desde aquí Gabriel García Márquez, un periodista que se ha negado siempre a dejar de serlo. Muchas gracias. Carlos Pérez Ariza.

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